Historia de una foto: Un día en The Wave

Uno de los días que nunca olvidaré de mi viaje por la Costa Oeste de Estados Unidos fue mi paso por The Wave. Un lugar único y reservado solo para unos cuantos afortunados. ¿Quieres saber la historia de aquel día?

Pero, ¿qué es The Wave? este lugar parece sacado de otro planeta. The Wave es una formación rocosa de arenisca de la era del Jurásico. Se encuentra en el estado de Arizona y forma parte del Paria Canyon-Vermillion Cliffs Wilderness. Se llama The Wave, la ola en inglés, porque sus pequeñas formaciones tienen unas ondulaciones que te recuerdan a las olas del mar. La erosión ha creado unas texturas y unas formas que parecen esculpidas por un artista.

Antes de aventurarte a visitar The Wave tienes que saber que es un lugar al que no puedes ir sin más. Para poder acceder es necesario participar en un sorteo. La idea es preservar el lugar, y que la gente pueda disfrutarlo sin aglomeraciones. Todos los días hay un sorteo presencial en un pueblecito cercano al lugar en el cual se sortean 10 plazas. También hay un sorteo online en el cual se sortean otras 10 plazas. El enlace lo tenéis aquí: Sorteo online The Wave.

Esta persona fue de las pocas que me encontré allí. Cuando le dije que me había tocado a la primera me dijo que había tenido mucha suerte

Mi viaje lo planifiqué con muchísimo tiempo de antelación, así que probé suerte online, ya que no podía dejar todo el planning en función de ganar una plaza en el sorteo presencial. Creo que el sorteo para un día concreto se realiza cuatro meses antes, es decir, si quieres ir el 15 de abril, el sorteo para ese día se hace el 15 de diciembre. Así que me presenté y me tocó. Hay quien dice que es más fácil que te toque la lotería. Debería jugar más a los juegos de azar.

La dinámica en estos lugares del lejano oeste es aparcar y rellenar una pequeña ficha, meter en un sobre el dinero de la tarifa para poder acceder al lugar y meterlo en un buzón. No sabía cuánto tiempo me llevaría visitar The Wave, pero quise aprovechar para ir a un Slot Canyon que había al lado, y de allí acudir a The Wave.

Wire Pass fue el sitio que visité antes de The Wave, un slot canyon donde me lo pasé muy bien jugando con las luces y las sombras

Llegar a The Wave no es fácil, de hecho, no hay un sendero marcado, o por lo menos no como lo suelen estar los senderos normales. A mí me mandaron una carta física a casa con el permiso y un «mapa» de cómo llegar. Este mapa no eran más que una serie de fotos de lo que deberíamos ir viendo para llegar a The Wave.

Yo, que soy más chulo que un ocho, me fui primero al otro cañón, y desde allí, atajé hacia The Wave. Aunque no estuve perdido en ningún momento, no había forma de encontrar el sendero, ni de tener esas vistas que se veían en las fotos.

Cuando llueve se forma un charco en la entrada que te permite obtener unos reflejos de infarto. El viento constante dificultaba obtener un efecto espejo

El tiempo estimado desde el parking hasta The Wave creo que era entre 45 minutos o una hora, en el mapa ponía más tiempo. Yo creo que tardé alrededor de una hora y media, pero en mi memoria tengo el recuerdo de que me costó muchísimo más.

Cuando llegué me encontré con algunas personas, apenas 6 o 7. Pero una hora más tarde me encontraba solo. Tenía The Wave para mí solo, todo el día, y toda la noche. Mi intención era, por supuesto, fotografiar el atardecer, pero la foto que quería era nocturna, con la Vía Láctea.

El día salió a pedir de boca, por lo menos por el día, ya que hacía Sol y nubes. Las nubes visten mucho el cielo, y el Sol imprime una intensidad a la roca increíble.

Había que sacar fotos de las texturas de The Wave

La pega de aquel día fue el viento, bastante fuerte, y que me creó más de un quebradero de cabeza. Primero porque se llevaba la bolsa que tenía con comida y demás, además de que, al estar en un entorno desértico, toda la arena te daba en la cara continuamente. Pero lo peor fue por la noche, ya que yo quería salir en las fotos, pero me daba miedo dejar la cámara sola sobre el trípode.

Me aventuré en un par de fotos y poco más. Además, cuando se acercaba la hora de fotografiar las estrellas, una tormenta se vislumbraba en el horizonte….¡vaya por Dios! Se dirigía hacía mi, además, venía desde el parking, por lo que seguramente me la iba a encontrar seguro. Algunos relámpagos hicieron que tomara la decisión de abandonar y de volver al coche.

Esta fue de las pocas fotos que me hice, y tengo suerte de que la cámara y el objetivo sigan vivos. A lo lejos se observan unas nubes, las cuales avecinaban tormenta

El hecho de encontrarme en medio de la nada, sino recuerdo mal no tenía cobertura, además de que por la noche iba a ser difícil reconocer las fotos del mapa. Fui prudente y me volví. Al cabo del rato me crucé con algunas nubes, si bien es cierto que no hubo lluvia, y los relámpagos seguían lejos. Seguramente, si hubiera ido con alguien más hubiéramos aguantado, y esperado a ver qué sucedía, pero es lo que tiene viajar solo.

Es curioso cómo me costó mucho menos llegar de noche al coche que por la mañana atajando. Recuerdo algo de tensión, tener esas sensación de intranquilidad, pero en el fondo sabía que todo saldría bien. Se había acabado un día para recordar, quizás de una manera que no era la que yo había imaginado, pero contento al fin y al cabo, porque había podido disfrutar yo solo de uno de los lugares más exclusivos del planeta.

Vivir estas experiencias es lo que nos da la vida, es lo que hace que le cojas cariño a ciertos lugares, y es que, como siempre digo, la percepción que tienes cuando descubres un lugar nuevo depende de todo lo que sucede ese día. Si todo sale mal, odiarás ese lugar y no querrás volver nunca (bueno, igual exagero), pero si te suceden cosas extraordinarias, si tienes buenas luces o lo has compartido con alguien especial, ese lugar quedará para siempre en la memoria como uno de tus lugares favoritos.

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